Devocionales

Reflexión: Este texto es un reto al creyente, a su fe, a la práctica de esa fe para que se mantenga haciendo el bien. La escritura nos hace el reto por medio de una pregunta y recuerdo ahora otro texto bíblico que dice algo así como: amaras al Señor tu Dios de todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo, en esto se resume la ley y los profetas.

Este es un mandamiento que nos libra de todos los demás por la fuerza misma de su verdad, es un absoluto, cuando uno ama no hiere, no ofende, no transgrede, no maltrata, no roba a nadie, no denigra de nadie, no calumnia, y en términos generales no hace daño a nadie. Por eso este mandamiento es suficiente en sí mismo como para anular por desuso los otros mandamientos, todos ellos, de la ley.

Si una persona vive siguiendo el bien, ¿qué daño podrá temer? ¿Qué castigo? ¿De quien ha de atemorizarse? Vivir siguiendo el bien significa que todo lo que hago, está marcado por una pregunta. ¿Ayuda esto a alguien? ¿Edifica a alguien? ¿Trae gloria al nombre de Dios? Diría yo que, si un creyente puede contestar estas preguntas afirmativamente, entonces tiene carta blanca para seguir adelante. De lo contrario convendría pensar un poco más acerca de lo que pretende, digo, solo para estar en el lugar adecuado de la ecuación, el de la seguridad en Cristo.

La obediencia a Dios trae consigo abundantes bendiciones y una de ellas, quizás la más significativa, es la que nos dice que viviremos en paz, y libres de preocupaciones, que nadie podrá hacernos daño, y no es que nadie va a intentar hacernos daño es simplemente que no podrán.

La invitación es a seguir el bien todos los días de nuestra vida, a no apartarnos de la senda de la piedad, la justicia y la misericordia, en el entendido que nos libraremos de todo daño según lo enseña el texto de hoy.

Vea Proverbios 16:7